jueves, 21 de enero de 2016

La arboleda perdida



La arboleda perdida.

Caminaba lentamente por el pinar. Corría el riesgo de que alguna piña, con sus deliciosos piñones, le cayese en la cabeza, pero no le importaba, por eso caminaba despacio por el pinar, abstraído en sus pensamientos, tan abstraído que ni un relámpago que hubiese caído a sus pies le hubiese traído de vuelta a la realidad. Llevaba su pelo rubio escondido bajo una gorra azul. Su torpe aliño indumentario se mostraba una vez más. Una más como otras tantas antes se había mostrado. El cielo estaba nublado, pero no parecía que fuese a llover. No de momento. El viento corría rumoroso por entre los pinos. Estos se movían a compás, con el ritmo que el viento les marcaba, cual si se tratase, a sus ojos, de una danza. Se metió por un agujero que había en una zona del pinar, que semejaba casi un lugar selvático. En ese momento, se descubrió ante él algo increíble. Quizás lo que había estado esperando toda su vida. Quizás lo único que le quedaba en este mundo. Acaso lo único que no le quedaba, o lo único que había sido creado para él. Pero a su alma no se le podía arrebatar mayor tesoro que aquel: la arboleda perdida. Como tal él la había bautizado. Fue ese su nombre, porque dudaba mucho de que nadie la hubiese visitado en siglos. Y era lo que le imprimía perfección. Sólo eso: el haber sido construida, si así puede decirse, por la naturaleza y no por el Hombre, de cuyas manos sólo sale miseria y destrucción. Para eso fuimos creados. Sólo algunos elegidos, cada cierto tiempo (cada siglo ha tenido los suyos), rompen esta regla. Ellos son dioses en vida, divinidades dignas de elogio y admiración que parecen venir al mundo para instruirnos. Pero el Hombre no aprende. Es una criatura corrupta, sólo diseñada para la ambición, el dolor y el desastre. Sólo para eso. Bajo su apariencia inofensiva se esconden las más pérfidas mentes, las más aborrecibles criaturas. Los animales sinónimos por excelencia y antonomasia de destrucción: los Hombres. Sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor. Mirar la naturaleza, estirar la mano y tocarla. Estaremos entonces en la perfección, tocándola, en la arboleda perdida.

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