martes, 19 de enero de 2016

La carta


 

La carta.

Permanezco inmóvil ante tu retrato. Me parece imposible que te hayas marchado, que ya no estés aquí. A veces, cuando miro tu cuadro, colgado en la pared, me parece que me estás mirando, sonriéndome con tu preciosa boca, e incluso que en cualquier momento vas a pronunciar alguna palabra. Enseguida me doy cuenta de que es una ilusión, un sueño, pues ya nunca volverás, ya nunca volveré a sentir tu presencia que llenaba toda la casa, tu plácida respiración, el tacto de tus manos sobre mi piel, ni volverá a sonar la dulce música de tu voz en mis oídos. Daría media vida porque todavía estuvieses aquí. Las horas van pasando lentamente y me parece que, aunque duran lo mismo, los minutos son horas y las horas, días, que voy sumando amargamente [,unos iguales a otros]. Cualquier cosa que mire, cualquier canción que escuche, me recuera a ti. No sé cuánto tiempo podré aguantar de este modo, añorándote. Tus plantas, esas que cuidabas con tanto esmero, se han marchitado. No se ha salvado ninguna, a pesar de que las he cuidado todo lo bien que sé. Se han marchitado como también yo me marchito ahora. Parece que la muerte nos sobreviene a todos, que a todos nos va sesgando con su afilada guadaña. Por cierto, hablando de sesgar: he vendido la casa de la montaña, aquella que tenía el jardín que cuidabas y mantenías sin que las hierbas creciesen nunca más de tres centímetros. También he vendido esta. Esto lo escribo ahora, en un rato perdido, porque la nostalgia me ha asaltado, al igual que la tristeza y la melancolía me asaltan furtivamente al más mínimo recuerdo tuyo. He vendido esta casa porque no quiero conservar nada que me recuerde a ti. A veces pienso que la mejor solución sería reunirme contigo, en donde quiera que estés, en el infinito, en la inmensidad. Por otra parte, no creo que sea esa la mejor solución a los problemas, quitarse la vida a la mínima dificultad que se presenta. ¡Qué dirías si me oyeses hablar así, tú, que siempre imponías tu férrea voluntad al destino; tú, que nunca cedías ante la adversidad! Mañana vendrá el camión de la mudanza y no tendré ya nada tuyo. Todavía tengo unas horas por delante para pensar lo que haré, pero... el afilado cuchillo de cocina... está ahí, en el plato... parece que me está llamando...
                                            Te echo [tanto] de menos,
                                                                                     A.

1995 - 1998

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