sábado, 15 de septiembre de 2018

Sor Juana Inés de la Cruz, Obra poética y prosa - LIBRO DEL MES

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SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Obra poética
Carta Atenagórica
Carta de Monterrey
Respuesta a Sor Filotea

5/5


Uno de los terrenos “profesionales” donde tradicionalmente ha existido más presencia femenina es el de la Literatura. Dentro del barroco novohispánico, la figura casi anónima en cuanto a datos biográficos de sor Juana Inés de la Cruz destaca por su proyección en su época, su éxito “editorial” ya en vida y, sobre todo, por su enorme calidad literaria e intelectual. Más de uno serán los motivos que permitan entender la aparición de la autora, pero es indudable que la decidida fundación de universidades del imperio hispánico contribuyó a que la pujante vida cultural de Nueva España —hoy Méjico— permitiese el surgimiento de una figura como la de sor Juana, impensable —y, de hecho, inexistente— en otros ámbitos geográficos.

Poco, apenas nada, es lo que conocemos de la vida de esta monja jerónima. Nacida en 1651 o tal vez 1649 de padres adúlteros pero de cierto rango, accedió en su adolescencia a la corte virreinal como dama de la virreina, de donde posteriormente, rechazando la idea del matrimonio —que sin duda le habría impedido incluso la muy mermada libertad que las constricciones de la vida religiosa le permitieron—, intentó profesar primero con las carmelitas y, casi de inmediato, con los mucho menos rigurosos jerónimos.

A juzgar por su obra, sor Juana no carecía de sentimiento religioso; sin embargo, era plenamente consciente de que el factor determinante en su toma de hábitos fue que la vida conventual era la única salida razonable para que una mujer soltera pudiese mantener tanto su autonomía personal e intelectual como su estatus. Así nos lo hace saber en la Respuesta a Sor Filotea, uno de sus textos fundamentales:

“Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respecto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.

Ávida lectora desde edad tempranísima, para cuando accede a la corte con dieciséis o diecisiete años lo hace casi precedida por su fama, con conocimientos y memoria de vastedad tales que hasta intelectuales reputados se reunían para “examinarla” asombrados por su saber.  Se sabe que fue autora de una extensa correspondencia —buena parte de la cual o se ha perdido, o no está localizada—, así como ensayista, matemática, música… pero el terreno que le ha granjeado fama duradera —así como mayores quebraderos de cabeza en vida— es el de la Poesía, donde un par de centenares de piezas la convierten en una autora considerablemente prolífica.

Hábil versificadora, destaca por la fluidez, el dominio lingüístico, el racionalismo que impregna toda su labor creativa, formalmente por su querencia por el soneto y el romance y, estilísticamente, por una singular preferencia por el quiasmo, como podemos ver en este cuarteto:

“Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante”.

Asimismo, es curioso que la amplia mayoría de la obra poética de sor Juana se caracterice por tratar de materias profanas, lo que unido a la intransigencia y ortodoxia de la sociedad coetánea, y a diversas inquinas personales, pudo determinar los constantes ataques de que fue objeto, casi a partes iguales con las descomunales alabanzas, que la propia autora veía con prudente desconfianza, pero probablemente también con un punto de comprensible orgullo.

Es importante no caer en la tentación de hacer de sor Juana un personaje más moderno de lo que es, ni mucho menos una feminista avant la lettre: de hecho, teológica e ideológicamente puede considerarse a la autora bastante conservadora. Así, cuando en la Carta atenagórica responde al sermón del padre Vieyra, lo hace en defensa nada menos que de Agustín de Hipona, Tomás de Aquino y Juan Crisóstomo; ni son raras en sus líneas invectivas contra Lutero. E incluso cuando va a buscar ejemplos de mujeres instruidas que justifiquen su labor intelectual, recurre abundantemente a las Escrituras, como se ve en la Respuesta. También en otras materias, como la astronomía o la medicina, encontramos esta ortodoxia.

Igualmente tentador podría ser olvidar el carácter eminentemente artificioso, formulista y estereotipado del arte barroco y suponer, a partir de sus versos, un trasfondo autobiográfico casi con total seguridad inexistente, o sólo muy remoto. Con ello es muy posible que perdiésemos de vista alguno de los elementos más novedosos de la poesía de sor Juana, como su insistencia en la aplicación del racionalismo (estilísticamente recurriendo a menudo a lenguaje de tipo judicial) a las disputas o dudas amorosas, imponiendo casi siempre la razón sobre el gusto.

Lo que sí es cierto es que el uso recurrente de ciertos alias (especialmente Fabio), permite hacer una lectura “narrativa” entretenida e interesante de un ciclo de los poemas de amor/desamor. Aparte de estos, temáticamente lo que encontramos en su obra son, de una parte, los muy abundantes poemas de circunstancias y, de otra, los asuntos filosófico-morales habituales del barroco: la vanidad, el honor, los celos —curioso lo mucho que habla la autora de ellos—, las contradicciones del mundo y de la gente… con una llamativa escasez de poesía religiosa.

Posición muy destacada, sin embargo, la ocupa El Sueño, un poema compuesto por casi un millar de versos, en estilo deliberadamente gongorino, con un lenguaje inundado por auténticas cataratas de hipérbatos, referencias mitológicas, digresiones, amplificaciones… Según su autora, esta fue la única pieza poética que escribió por gusto, debiéndose todas las demás al mandato. La ausencia de fechas de composición de toda su obra hace imposible calcular la veracidad de las palabras de sor Juana.

La sencillez de la premisa de El sueño es inversamente proporcional a la densidad de su estilo: tras haber comido, un sopor sobreviene a la voz lírica, que se imagina observando todo cuanto existe en derredor desde la enorme altura de una pirámide o monte; allí, se plantea la cuestión de la imposibilidad del conocimiento humano total, tanto por vía inductiva como deductiva, en un caso por la vastedad excesiva de lo contemplado, y en otro por el detalle abrumador. La elección de un asunto tan árido como la epistemología, con repaso de los conocimientos sobre fisiología, botánica, etc., de la autora da fe de su defensa a ultranza del conocimiento y el racionalismo; pero quizás lo más llamativo sea que la voz que emplea para llevar a cabo ese hercúleo esfuerzo es femenina —como queda claro en el último verso del poema—, no perdiendo nunca sor Juana la posibilidad de reivindicar las capacidades intelectuales de la mujer.

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