sábado, 9 de febrero de 2019

David Foenkinos, "La delicadeza" - RESEÑA EXTRA DE FEBRERO (I)

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Título: La delicadeza    Autor: David Foenkinos
Editorial: Seix Barral    Año: 2011
Valoración: 4/5

“El sentimiento amoroso es el que
más culpabilidad provoca. Se puede llegar
a pensar que uno tiene la culpa
de todas las heridas del otro”.

—David Foenkinos, La delicadeza



Tal vez porque este sea, según dicen, el mes del amor, o bien por pura coincidencia —son lecturas que se han extendido a lo largo de dos o tres meses, intercaladas entre otros libros—, lo cierto es que las tres historias que reseñaré en febrero tratan todas una temática marcadamente amorosa, aunque en momento vitales y desde perspectivas muy diversas.

Objeto de aclamación unánime, encontramos en La delicadeza, obra del parisino David Foenkinos, una historia plagada de ese aire un poco naïve y fantasioso tan de la literatura —y el cine— franceses de los últimos años. El zarpazo de lo terrible-incontrolable dentro de la armonía de una vida sencilla constituye un elemento cautivador ya desde el principio, y sirve como punto de arranque a una doble historia donde, como en la vida misma, unas cosas van trayendo causa de otras, sin tener una estructura circular definitivamente cerrada, hasta volverse realmente la historia de dos personajes, o incluso de una situación.

Con un sentido marcadamente cómico y no obstante muy humano, Foenkinos encuentra lo literario a partir de lo anecdótico, lo extraordinario a partir de lo común. En sus propias palabras: “Ahí era donde se dirigía Nathalie: a una novela”. La novela que, bien narrada, podría ser la existencia de cualquier persona.

El autor dedica el inicio de la obra a componer un marco aparentemente armónico que, a base de perfecto, se vuelve casi antinatural: “En la felicidad siempre llega un momento en el que uno está solo entre la multitud”. Y sobre esa soledad irá construyendo el sentido de la extrañeza de Nathalie, hasta que las circunstancias —¡tanto de nuestra vida, incluso de lo más importante, escapa a nuestro control en realidad!— la obligan a pasar por un periodo de duelo realista pero sin estridencias, para finalmente situarla frente a la contradicción de la pulsión de seguir viviendo vs. el recuerdo de un pasado idílico, ecuación que en última instancia sólo se puede resolver mediante la aceptación de que diferente no significa peor.

Un elemento que destaca desde el inicio mismo de la historia es cómo Foenkinos va disponiendo el texto para que preveamos la desgracia, y cómo trabaja sobre la premisa de la iniquidad de que no haya nada ajeno a la debacle —ese miedo tan humano—, el peso de lo que pudo haber sido y nunca llegó a ser. Aquel enfático“No quiero que te vayas, / dolor, última forma de amar”, de Pedro Salinas. El robo de toda esperanza. O en palabras del autor: “Quizá el dolor sea eso: una forma permanente de estar desarraigado de lo inmediato”.

De esa manera, de la eficiente profesional y joven esposa, Nathalie pasa por una etapa en la que se ve convertida en “Una mujer que vive en un mundo detenido en el tiempo”, pero que debe recomponer sus fragmentos interiores no sólo para sobrevivir, sino para dilucidar quién es ella misma en tanto que ser humano, en su soledad intrínseca y en su individualidad particular, así como a enfrentarse a la paradoja de que “Hay en el duelo una fuerza contradictoria, una fuerza absoluta que lo propulsa a uno tanto hacia la necesidad de cambio como hacia la tentación morbosa de la fidelidad al pasado”.

Enfrentado, casi accidentalmente —pero la vida es en gran medida una suma de accidentes azarosos—, a Nathalie se encuentra Markus, quien “(…) podía parecer grandilocuente; e incluso estúpido por haber salido huyendo. Pero hay que haber vivido años y años en la nada para comprender cómo de pronto se puede sentir miedo ante una simple posibilidad”. Y, sin embargo, la diferencia aparente que los distanciaría a primera vista —en su comportamiento, en su estética, etc.— oculta un interior muy semejante de dos seres sumidos en la zozobra existencial que se reconocen y se dan mutua compañía.

Foenkinos emprende así un amable estudio sobre la dualidad de la interpretación que los demás tienen de la relación entre Markus y Nathalie, así como la rumorología en el seno de cualquier grupo humano reducido —en este caso, la empresa—. En última instancia, la delicadeza que permite vislumbrar una paz posible, retornar a la tranquilidad, a la serenidad, se deriva de la falta de apresuramiento, de la franqueza en el comportamiento, del no esperar nada en concreto —por mucho que se desee—; lo cual contribuye a que tampoco la otra persona se sienta agobiada por el peso de la expectativa, de tener que amoldarse a una pauta a cuyo patrón no se quiere amoldarse.

Finalmente, a mayores del estilo pulcro y ocurrente, la intersección de los capítulos sobre nimiedades, que amplifican algún símbolo o metáfora y que al tiempo inciden en la futilidad de la existencia (la de Nathalie, fundamentalmente), sirven para completar con éxito la factura de una novela que se lee con verdadero agrado.


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