martes, 7 de julio de 2015

COSAS DE ESCRITOR (V) - Algo más sobre la realidad y la ficción


Existe un proverbio que dice que “nadie escarmienta en cabeza ajena”. Lo cierto es que es mentira, una patraña. O más bien, la afirmación está coja, le falta algo. Aseverar una cosa semejante vale tanto como decir que, simplemente porque nunca me he roto un hueso o recibido un balazo, no puedo saber si quiero romperme una pierna o que me disparen. Pero, de hecho, eso supone negar una de las capacidades más básicas del ser humano, a saber, el pensamiento abstracto; la capacidad de extraer conocimientos con validez práctica de razonamientos ficticios o hipotéticos. Así que la enunciación más correcta sería algo como “sólo los necios no escarmientan en cabeza ajena”.



Este pensamiento se me ocurrió considerando la antigua confrontación entre realidad y ficción, que es uno de los temas narrativos que más me interesan. Desde hace mucho —no diré que desde siempre, porque la línea divisoria era (y es) mucho menos clara en sociedades donde el pensamiento mágico se practicaba de manera común—, incluso ocasionalmente entre los escritores, se ha tendido a excluir la ficción como parte integrante de lo que existe. Pero la verdad es que la ficción es real, forma parte de la realidad, simplemente porque procede de la actuación operatoria de los seres humanos. Ya he afirmado en otras ocasiones que o todo es realidad, o bien nada es real. Lo real, para existir, necesita inexcusablemente de un ente con, por un lado, capacidad cognoscitiva, y, por otro, conciencia de su propia actividad cognoscitiva. Naturalmente, sabemos que lo que existe seguiría estando ahí si —a falta de noticias de otras especies con capacidades intelectivas similares a las humanas— el Hombre no existiese, o si dejase de existir. La cuestión, es que ello carecería de relevancia: los planetas, no saben que son planetas, ni que están, ni que siguen una serie de leyes universales. Se necesita la concurrencia de una inteligencia consciente de su propio actuar para determinar que la piedra es, y en tanto que piedra, es distinta del agua, y que bajo las condiciones atmosféricas terrestres se presenta en un estado —el sólido— distinto del líquido, en el cual se presenta el agua bajo las mismas condiciones. Y así sucesivamente.



De esta manera, podemos llegar a deducir que los frutos del intelecto humano, estén o no extraídos de la constatación de los eventos prácticos, tienen existencia propia, son reales, tienen validez operatoria. Negarlo sería tanto como afirmar que la gravedad newtoniana es un cuento sólo porque Newton no fuera capaz de hacer que los objetos orbitasen a su alrededor. Pensemos en especies extintas; un tiranosaurio no tiene, a día de hoy, una existencia objetiva más real que una quimera o una esfinge. Un diplodocus no es menos ficticio que un dragón sólo porque se haya, digámoslo así, “manifestado” en una concreta esfera de la realidad —la objetiva, es decir, la de los objetos—. Creerlo de otra manera equivaldría a negar la posibilidad de conocer —¡y aun de ser!— todo cuanto no podamos experimentar directamente; conduciría a negar que China existe sólo porque nunca he estado en China. El famoso chiste aquel de “sé que existe un millón de pesetas, aunque nunca he visto ninguno”.



Aplicado a la ficción —cuyo estatuto de realidad espero haber sentado, aun a pesar de lo magro del razonamiento y lo sucinto de las líneas anteriores—, todo lo anterior cristalizaría en el siguiente corolario: los personajes ficticios son también reales —“ficticio”, así, se contrapondría a “objetivo” o “físico”, no a real—; los eventos narrativos de la ficción son también reales —se distinguirían estos de los eventos “históricos”, pero no de los reales—. Y, por tanto, de las circunstancias vividas —en el sentido más literal del término1— por aquellos, de sus reflexiones y decisiones, se pueden extraer enseñanzas y conocimientos aplicables en la realidad operatoria. Es decir, que no hay oposición entre ficción y experiencia: lo leído en un libro de ficción, siendo tan real como la realidad “física”, pasa a engrosar el caudal de experiencia del lector, y, por tanto, tiene tanta validez y aplicabilidad como lo vivido en la realidad objetiva. De ahí que nunca haya creído completamente a quienes afirman leer exclusivamente por mera evasión: desde este punto de vista, es imposible huir de la realidad, y la ficción se constituye como una forma válida de interrogarse hipotéticamente sobre situaciones reales y aprender sobre nosotros mismos, cuestionarnos nuestra propia actuación.

1De acuerdo al DRAE, el adjetivo “vivido” significa: “Que, en las obras literarias, parece producto de la inmediata experiencia del autor.”

2 comentarios:

  1. Pues, aunque en algún momento me ha costado seguirte ; ), tiene sentido... O sea, si he entendido bien, podemos decir que nuestras "experiencias físicas" son tan reales como nuestras "experiencias ficticias" pues las dos existen. De unas hay conocimiento porque se pueden percibir por los "entes" que estén físicamente adaptados para "sentirlas" y de las otras porque existe el "ente" que las reconoce dentro de sí mismo y además las puede transformar en algo perceptible para otros.

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    1. Lo has entendido perfectamente, Aure. La oposición que se daría sería entre operativo-no operativo, no entre real o ficticio: es decir, la realidad existe porque existen seres (humanos, en este caso) que construyen la realidad. Y esta lo engloba todo, incluido lo ficticio. Otra cosa es que lo perteneciente a la esfera de lo ficticio tenga capacidad operatoria, que es lo que lo distingue de lo real-objetivo: un personaje nunca ha podido, y nunca podrá, actuar fuera de los límites del espacio literario. En cambio, curiosamente, un ser real-objetivo sí puede ficcionalizarse a sí mismo (pensemos en Unamuno en "Niebla", por ejemplo) y tener capacidad operatoria dentro de un libro...

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