viernes, 30 de noviembre de 2018

Karine Lambert, "El edifico de las mujeres que renunciaron a los hombres" - RESEÑA EXTRA DE NOVIEMBRE


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Título: El edificio de las mujeres
que renunciaron a los hombres
Autora: Karine Lambert
Editorial: Reservoir Books    Año: 2014
Valoración: 3 / 5

La fotógrafa belga Karine Lambert (1958) se lanzó en 2014 al ruedo literario con El edificio de las mujeres que renunciaron a los hombres, una fábula amable que plantea una importante cuestión de fondo —¿puede/debe una mujer renunciar al amor?—, pero en la que se habría agradecido mayor desarrollo: la redacción un tanto “adolescente” empaña la profundidad de un tema verdaderamente interesante.

En lo que sí triunfa Lambert es en el aspecto plástico, logrando meternos fácilmente en situación —creo que nunca había puesto rostro tan rápido a los personajes de un libro—: en un antiguo edificio parisino que personalmente me gustó imaginar con cierta decadencia elegante, viven la propietaria, una vieja gloria de la danza bastante excéntrica y que tiene vetada la entrada de hombres en el inmueble, y Rosalie, Simone y Giuseppina, supervivientes de experiencias amorosas y vitales desastrosas culpa de los hombres. A ese lugar llega un día una mujer mucho más joven —como detalle chusco llamada Juliette, claro—… y con ellá llegó el escándalo.

Así pues, el problema que Lambert nos plantea, a través de una variada casuística —una seductora exitosa que nunca quiso comprometerse, un matrimonio fracasado, el peso de una sociedad férreamente machista, la traición amorosa, el abandono infantil…— es: ¿debemos por amor a nosotros mismos renunciar al amor romántico? Y, más exactamente, ¿a qué estamos renunciando cuando hablamos de “amor romántico”? Como las habitantes veteranas explican a la novata,

“No se reemplaza el amor por otra cosa. Se reemplazan las ilusiones, la espera, las turbulencias, la dependencia, las decepciones, las terapias de pareja, la nada, por cosas agradables, que están al alcance de la mano, y que no desaparecerán a la primera ventada, al brotar la savia, en primavera.”

Para muchas mujeres, incluso a día de hoy, eso que la sociedad describe —¡y prescribe!— como “amor” puede ser un trago amargo que entraña múltiples renuncias y habría que ver si suficientes compensaciones. En concreto, Rosalie, Simone y Giuseppina hablan de que no han renunciado al verdadero amor, sino

“-(…) a la esperanza loca de vivirlo.
-A las montañas rusas.
-A la poligamia.
-A querer acercar el polo norte y el polo sur.
-Al bricolaje cotidiano, a volver a pegar mil veces los pedazos.
-A perder el juicio cuando descubres que el otro no es quien aparentaba ser.
-A diluirse, contorsionarse y cortarse las alas para gustar.
-A dejarse tomar el pelo por un caricia o una palabra tierna.
-A volverse patética.
-A perder la cabeza y estar enganchada a una relación tóxica.”

El concepto de “amor” que maneja la autora y verbaliza a través de sus personajes es un concepto de amor con lo bueno y lo malo entrelazados, bastante “clásico” —en realidad, el heredado del Romanticismo—, y donde esto último expone a la amante a grandes riesgos y pérdidas derivadas de que las partes buenas de ese amor la coloca en una situación de exposición que puede ser fácilmente usada en su contra y que, en definitiva, acaba volviéndose mala ella misma.  “En el amor no te puedes proteger”, concluyen. En la relación amorosa es fácil acabar “hibridado” con el ser amado de forma casi insoluble, hasta que uno —una— termina perdiéndose a sí mismo.

“(…) tiene la férrea convicción de que tan solo se ama una vez de verdad, con locura y con el corazón en la mano. Que una segunda vez estaría llena de reservas, de miedos y de protecciones. ¿Demasiado cerca? ¿Demasiado lejos? Ni siquiera existe un metro de costurera para calcular la distancia adecuada con el ser amado.”

Sin embargo, no todo es tan ominoso en esta novela de lectura fluidísima y sencilla: esa reflexión sobre el amor se presenta envuelta en una fábula naïve y amable con algún puntillo de comedia fantasiosa al estilo Amelie que tanto predicamento ha tenido en las letras y el cine franceses en las últimas ya casi dos décadas.  Y, por otra parte, no todo se va en culpar a los hombres de las desdichas románticas femeninas. También apunta Lambert otras cuestiones importantes como el error de las expectativas y de los conceptos o clichés heredados por diversas vías:

“Imagina que esa montadora de películas con una blusa escotada de color naranja intenso, la melena al viento y subida a unos zancos se sabe de memoria todas las escenas de encuentros con éxito. Él jamás estará a la altura de su cine interior.”

Como punto final, antes de cerrar esta sucinta reseña, conviene también resaltar alguna de las fallas que al menos este lector ha apreciado en el texto: aparte de la ya apuntada excesiva ligereza en el tratamiento temático —el material narrativo es muy básico—, hay también un instante que saca bastante de la lectura cuando la autora rompe una de las leyes de su propia obra, que en todo momento se narra desde la perspectiva de las habitantes del edificio misándrico, y asume la perspectiva de los personajes masculinos por dos veces, dando entonces la impresión de que ello responde más a cuestiones programáticas que a decisiones narrativas. Y, por último, sin ánimo de hacer spoilers, estimo que la conclusión del libro es excesivamente complaciente.

En definitiva, pues, una obra que se deja leer y que entretiene sin pretensiones pero en la que se echa en falta un tratamiento más agudo y profundo sobre un tema que bien tratado resultaría verdaderamente atractivo. Como algún crítico o medio resalta en una de las frases —incomprensiblemente encomiásticas— que acompañan al libro en solapas y contraportada, la mayor virtud de esta historia es hacer reflexionar sobre si después de un desengaño y de, como dice Juliette, descansar, reponerse y cobrar fuerzas, se tiraría uno de nuevo a la piscina o bien preferiría distanciarse definitivamente de aquello que le hizo tanto daño. Este lector tiene clara su respuesta… pero eso, como suele decirse, es otra historia ;)

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