miércoles, 22 de mayo de 2013

El rechazo editorial


Casi puede decirse que estaba esperando para escribir este post. Hoy he recibido mi primer rechazo editorial, y tengo que reconocer que, aunque lógicamente hubiera preferido una respuesta positiva, ni me ha cogido por sorpresa ni me ha sentado mal. De hecho, he recibido la noticia con bastante neutralidad. Sé que, aunque los temas que trato en mi libro son de lo más clásico, el argumento en sí es relativamente arriesgado, y soy plenamente consciente de que algunos aspectos técnicos pueden hacérseles cuesta arriba a muchos lectores. Y, a mayores, dada la reducción de las ventas, no son buenos momentos para experimentar.

La justificación, en mensaje estandarizado, es que mi novela De ocasos y máscaras no encaja en el plan editorial de la casa (más abajo satisfaré vuestra curiosidad y os desvelaré de cuál se trata). Lo cierto es que en alguna ocasión he leído u oído de autores que se toman muy mal el rechazo de los editores, algo que me sorprende sobremanera, porque siempre me ha parecido que lo que tiene que interesar a un autor es escribir buenos libros. La publicación, que es como la guinda del proceso, no es garantía necesaria de ello, como no lo es, a veces, ni siquiera el éxito: por citar solo un ejemplo, entre otros muchos posibles, Herman Melville vio cómo su novela Moby Dick, hoy considerada un clásico de las letras estadounidenses mundialmente conocido, sufría un fracaso estrepitoso, no alcanzando a vender más que unas pocas copias entre amigos. Y menciono el caso de Moby Dick no por casualidad, sino por las trágicas consecuencias que tuvo sobre el carácter de su autor: se volvió un hombre mentalmente inestable, amargado y déspota, que golpeaba a su esposa e incluso pudo impulsar al suicidio de su hijo mayor, incapaz apenas de volver a escribir algo de calidad (aunque algún texto valioso, como el Bartleby, data de esta segunda etapa). Entre las letras patrias, Pío Baroja tuvo que autofinanciarse la edición de sus primeras obras. Así pues, hay que valorar el rechazo en su justa medida, puesto que para una autor novel constituirá la norma.

El oficio de escritor tiene una peculiaridad que no se da en muchos otros oficios, más bien solo en los que podríamos llamar “creativos”: se divide en dos fases, una de creación y otra de distribución. La primera es la que propiamente constituye responsabilidad del escritor, y de ella es dueño y señor absoluto, y es esta la que debe preocuparle sobre todo. En cambio, en la segunda, entra en juego un tercero, o incluso dos: la editorial y, en su caso, el agente.

Hay muchos factores que pueden invitar a una editorial a publicar o incluso a comisionar una obra, desde la calidad de la misma hasta la orientación política, pasando por la moda momentánea. De lo que me interesa hablar aquí, sin embargo, es de esa expresión a la que antes aludí, del “plan editorial”.

Las editoriales, por mucho que se dediquen a la industria de la cultura, no dejan de ser empresas y, como tales, tienen, y no es extraño que tengan, una planificación y una orientación que componen su proyecto empresarial. A veces, sencillamente, no es el momento. Otras, no encaja la propuesta con el ideario. A veces se le escapa el toro al editor. Algunas empresas venden experiencias y aventura. Otras, valores familiares. Algunas son más conservadoras. Otras, más liberales. Y así sucesivamente. Esto viene a que muchos autores y expertos en estas lides, e incluso las propias editoriales, recomiendan informarse primero acerca de esta orientación (que a veces es difícil desentrañar, puesto que la información disponible puede resultar un poco abstracta y genérica), antes de enviar el manuscrito, más que nada porque así ninguna de ambas partes pierde el tiempo aguardando o emitiendo una respuesta que es fácil anticipar.

En el presente caso, yo no seguí este consejo, y, en concreto, de la editorial en cuestión nunca he tenido un libro en mis manos, así que tampoco puedo decir nada sobre cómo trabajan o cuál es su ideario. Aunque no soy capaz de recordar cómo llegué a saber de su existencia, lo primero que me llamó la atención (aunque por lo visto es una opción bastante corriente ahora) fue que admitiesen manuscritos vía electrónica, lo que reduce los costes de envío a cero. Después, la información corporativa me resultó interesante, por el entusiasmo que transmite, así como el hecho de que el lema de su web, de aspecto claro y pulcro, sea “Libros con autenticidad y sentido”, dos términos de lo más atractivo.

Para acabar, como lo prometido es deuda, el nombre: se llama Plataforma, y es una joven editorial con base en Barcelona que publica mucho libro de no ficción que podríamos englobar bajo la etiqueta de “superación”, así como novela (hasta donde he podido ver en su catálogo, no trabajan relato, ni poesía ni teatro). Se comprometen a dar una respuesta, ya sea positiva o negativa, aunque no garantizan plazo. En mi caso, no ha podido ser más rápida: han tardado un mes. También disponen de un servicio de valoración de originales. Aquí dejo su link, por si alguien estuviese interesado:

1 comentario:

  1. ¿Te imaginas que no se hubiera llegado a publicar, por citar un ejemplo, "La conjura de los necios"? y el pobre hombre se suicidó con 32 años, después de haber escrito semejante obra maestra... Hay que perseverar, y fracasar muchas veces, como dijo ayer Nona, lo importante es levantarse y seguir hacia delante.

    biquiños,

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