miércoles, 9 de abril de 2014

Javier Ruescas, trilogía "Play" - LIBRO DEL MES

 
 
En una ocasión escuché a Antonio Pereira afirmar que él distinguía los libros en función de que estos tuvieran o no “ese algo que no sé explicar pero que sé reconocer”. Bueno, pues Javier Ruescas lo tiene: a pesar de su juventud (26 añitos), cuenta ya en su haber con ocho libros (vamos, que él escribe más rápido de lo que nosotros leemos), respaldados por un éxito unánime de crítica y público (entre otros honores, el suplemento Babelia destacó Play como una de las mejores novelas juveniles[1] aparecidas en 2012). La primera vez que me topé con este autor fue hace unos meses en su recomendable canal YouTube (nuevos tiempos, nuevos modos), aunque no fue hasta más recientemente que el eco de las redes sociales, en las cuales se prodiga mucho, me devolvió su nombre, llevándome a interesarme por sus libros (que, anecdóticamente, descubrí que ya había puesto en mi wishlist de Amazon).
En su trilogía Play, cuyas tres partes han ido apareciendo año por año desde 2012, hay un magnetismo en la prosa que atrae y que la liga a la realidad, incluso en los momentos en que sus personajes siguen cursos de pensamiento o profieren afirmaciones que, en otro contexto, resultarían fuera de lugar y poco creíbles. Ruescas es un escritor de su tiempo, con los pies en la tierra y buen ojo para detectar tendencias, y esto se concreta de varias maneras, pero muy especialmente en las innumerables referencias a la cultura pop (ya solo en la pág. 14 del primer volumen aparecen mencionados los dementores o el Punk’d de Ashton Kutcher, p. e.), que le conectan de inmediato con la generación de sus lectores y con la más inmediata actualidad: hace tan solo diez años, un presupuesto de partida como el que sirve de base a Play o hubiera causado risa por su imposibilidad, o como mucho hubiera caído dentro de lo futurista. Pero después vinieron Justin Bieber, la explosión de las redes sociales, la popularización de los realities y talent shows y el evento Susan Boyle … y modificaron para siempre nuestra forma de entender las carreras artísticas, el estrellato, el papel de las empresas culturales, la privacidad, etc. Temas tratados desde una perspectiva realista y crítica: puede que sea cosa mía, pero me parece detectar importantes cargas de ironía en la elección de nombres como, p. e., “Castorfa” (que se me antoja deliberadamente cutre; dicho sea de paso, ¿habrá aquí un homenaje implícito a El río de los castores?), “Jamburguer” o “Develstar” (que, pronunciado por un angloparlante, no tendría diferencia con “Devilstar”, traducible por “Estrella maligna”: sentimos un escalofrío cuando la representante de la empresa le pregunta a Leo si está dispuesto a darlo todo por sus sueños (Play, p. 221), porque nos suena a “¿Estás dispuesto a vender tu alma?”).
Al hilo de la ironía en los nombres, cabe destacar la estudiada ambivalencia de los títulos de cada una de las partes, de sobra explicada por el propio autor (play = jugar / representar / tocar; show = espectáculo / mostrar; live = en directo / vivir), pero siempre remitiendo a esa idea de pugna entre lo real y lo aparente, entre la fama como resultado de un esfuerzo artístico, representada por Aarón, y de la fama como imagen o estética, representada por Leo.
Entrando ya en materia, la trilogía nos cuenta las aventuras y desventuras de dos hermanos catapultados a una fama repentina, Aarón y Leo, que en una suerte de divertidísima dualidad jeckyllina, nos van a ir narrando su tránsito a la adultez, y las decisiones, renuncias y  compromisos a los que han de llegar para ello.  A este respecto debo decir, no obstante, que ambos personajes tienen muchos más parecidos de los que ellos mismos estarían dispuestos a admitir (a menudo les encontramos realizando consideraciones que parecerían más propias del otro), simplemente afrontan de manera distinta las mismas situaciones, y de ahí sus choques. El primer gran acierto de su creador es permitirnos el acceso a sus voces, lo cual nos deja ver el contraste entre la opinión que tienen el uno del otro y las similitudes en su manera de expresarse mentalmente.
Se trata de un estilo de escritura directo y pulcro, con un permanente toque de humor ligero que va diluyéndose en una agridulce nostalgia en el tercer tomo hasta alcanzar su clímax en el muy emotivo finale, sin preciosismos innecesarios, de adjetivación exacta y austera (en una historia como esta algo más profuso probablemente solo serviría para estorbar), al servicio de la narración, que funciona muy bien (todo ello probablemente derivado de la formación como periodista del autor: a lo largo de los años he descubierto que se puede saber, o al menos intuir, si un escritor es o no periodista por cómo escribe), y que no es ajena a frases muy trabajadas y de gran aliento poético (en el sentido más etimológico del término). Ejemplos: “Había tanto que decir, tanto que reprochar y que perdonar … Palabras que se habían acumulado a lo largo de todo ese tiempo, que habíamos logrado mantener escondidas en algún rincón oscuro y que ahora reclamaban nuestra atención” (Play, p. 43). “Sí, aquella vida era brillante y espléndida, digna de reyes. Pero la luz provenía de Leo, no de mí. Y yo había terminado quedándome ciego de tanto esforzarme por mirar” (Play, p. 319). Se nota, además, una progresión estilística a lo largo de los tres volúmenes, con una creciente elaboración y madurez del texto[2] que se acentúa notablemente en el libro final, Live, indudablemente el mejor escrito de los tres, y el más profundo emocional y narrativamente hablando, al mostrarnos el lado más humano de los personajes cuando han de enfrentarse a las crudezas de la vida fuera de la burbuja que es la juventud.  Este último volumen, además, aunque es algo común a todos ellos, pone de manifiesto una de las cualidades que revelan a un buen autor: cuando, a pesar de no haber grandes giros inesperados, logra mantener el interés y la atención gracias a la habilidad en el desarrollo.
Es de destacar, en este sentido, el firme pulso narrativo de Ruescas, que ya es, por lo dicho más arriba, un narrador bregado en las dificultades de contar historias, y mantiene un ritmo constante, pero con velocidades diversas, a lo largo de los tres libros, con gran dominio del tempo (todo se desarrolla con mucha naturalidad), sin acelerones ni frenazos salvo en algún punto aislado, a lo cual contribuye muy eficazmente la alternancia de narradores, que debe reputarse como un pleno acierto (muy en particular no solo el uso de la primera persona, que siempre añade un plus de realismo, sino, sobre todo, el haber elegido que cada capítulo comience en el punto donde lo deja el anterior, en lugar de andar pareando todo el tiempo las versiones contrapuestas sobre los mismos hechos de los dos hermanos-narradores-protagonistas, lo cual, en una serie de casi 1500 páginas, hubiera acabado inevitablemente por lastrar la historia). Los diálogos, por su parte, se desarrollan con gran veracidad.
También es de alabar, por lo mismo, la sabiduría en la elección de lo que narra cada hermano (el autor es un hábil estructurador). Esta sucesión se hace con tanta naturalidad y fluidez que, a veces, ni nos percatamos de haber cambiado de narrador hasta que un comentario (más cínico Leo, más sarcástico Aarón) nos revela a quién estamos escuchando; porque los caracteres de ambos hermanos están tan bien perfilados que, por su forma de hablar o encarar determinada cuestión, y por su manera de enunciarla, sabemos si estamos ante el tímido Aarón o el soñador Leo (que es, dicho sea de paso, de todos los personajes el que más evoluciona o madura a lo largo de la historia). Las autoironías del primero y el constante remoquete del segundo hacen que ambos, por distintos motivos, nos caigan bien desde el principio, incluso en aquellos momentos en que nos gustaría soltarles una colleja.
Ya a nivel general de personajes, encontramos buenas observaciones sobre los caracteres y respuestas psicológicas, expuestos con efectividad y sencillez (importante no confundir esto con simplonería): yo destacaría, sobre todo, la coherencia del diseño: así, p. e., por cómo se describe a Dalila al principio de Play, no nos sorprende averiguar cómo es al final (excelente ocurrencia lo del ensayo del guión); por cómo actúa Icarus de entrada, no nos sorprenden sus actuaciones posteriores (y aquí utilizo sorprender en el sentido de no resultar inexplicable). No obstante, he de decir que la desaparición del personaje de Sophie de la historia se me antoja un poco brusca; pero, como quiera que es un personaje con el que desde el principio no logré conectar, se despide uno de ella sin gran tristeza.
Por otra parte, normalmente, en lugar de describir a los personajes mediante el recurso al apilamiento de adjetivos y descripciones, lo que hace muy mañosamente el autor es permitir que el lector extraiga su propio parecer a través de las acciones y comentarios de los mismos, y de las relaciones y reacciones que tienen los unos respecto a los otros; pudiendo a veces incluso entrar en conflicto con la opinión que tienen de sí mismos. Por lo demás, me parece otro gran acierto el no haber incluido “supervillanos” en la historia, sino personas con intereses contrapuestos que nos pueden parecer más o menos legítimos y llevados a cabo con más o menos razonabilidad, pero como la vida misma, al fin y al cabo. [Nota extra: ¿seré el único que se haya imaginado clarísimamente a Anjelica Huston en el papel de Sarah Coen?]
Dentro de la multiplicidad de temas tratados (fama, relaciones interpersonales, privacidad …), que llevaría demasiado tiempo y espacio glosar y desmenuzar, hay un aspecto extraliterario que me parece admirable (aunque, en realidad, todas las decisiones que toma un escritor respecto a sus libros son literarias, al margen de que puedan ostentar simultáneamente otras naturalezas): la introducción sin ambages de la diversidad sexual. Es de agradecer la valentía y honestidad del autor a la hora de reflejar una parcela de la realidad que paulatinamente va tomando más presencia en la literatura juvenil, lejos ya de las alusiones veladas y rebuscados subtextos de antaño. La valoración e importancia de este hecho es algo ajeno a la crítica de los presentes libros, más allá de la constatación de su plausible presencia, y por tanto lo dejo para otro momento. Por las mismas razones es también merecedora de alabanza la introducción del sexo, con gran franqueza y de forma nada almibarada pero siempre con enorme elegancia. El tratamiento de estos temas hasta hace poco oscurecidos en la literatura juvenil le parece a este lector no solo meritorio, sino necesario.
En el capítulo de cosas mejorables[3], que en este caso afecta a detalles no ya menores, sino menorísimos, en primer lugar, estaría la repetición ocasional de un mismo término o giro de forma muy próxima, en particular la tendencia a la repetición del adjetivo “extrañado”, en detrimento de otras variantes léxicas. Por otra parte, si arriba dijimos que el empleo de la primera persona añade un plus de realismo, se echa de menos, aquí y allá, a pinceladas sueltas, un uso más dúctil de los tiempos verbales, y en particular del presente: aunque una historia puede haber ocurrido o estar ocurriendo, y en consecuencia emplear el tiempo verbal adecuado, el acto narrativo en sí, por obvias razones, ocurre siempre en el presente; así, creo que es preferible reservar este tiempo para ciertas observaciones de carácter universal o permanentes, a efectos de no enfriar la proximidad del narrador en primera persona. Ejemplo: “Por desgracia no me quitaba de la cabeza el presentimiento de que sería una pérdida de tiempo, igual que el resto de castings y encuentros con productores que había tenido hasta el momento. Yo no era de los que se desanimaban con facilidad, ¡que el karma me librase!, pero la verdad es que empezaba a cansarme de que no saliera nada a derechas” (Show, p. 49). A mi entender, no hay dificultad ni desarticulación alguna en sustituir los tiempos subrayados por el presente, sobre todo el tercero, puesto que se trata de una observación general con validez no solo en el momento en que ocurre la historia, sino también en el momento de narrarla. Como se ve, dos cuestiones (aparte algunas elecciones sintácticas o gramaticales discutibles, incluidos al menos un par de casos de laísmo) tan insignificantes que, ante la plétora de aciertos desplegada a lo largo de estas páginas, casi me produce sonrojo traerlas a colación.
En resumen, por la longitud y premiosidad de esta reseña ya se ve que Play me ha sorprendido muy favorablemente, siendo lo más destacable de todo, más allá de las cuestiones estructurales, estilísticas, de personajes, etc., la capacidad del autor para inducir de una manera fresca, jovial y fluida el interés por lo narrado, de naturaleza tremendamente plástica: se nota que a Javier Ruescas le apasiona contar historias, y eso se transmite a sus libros y los lectores lo perciben. Estaremos atentos a la evolución futura de este autor, que seguro merecerá la pena si continúa el desarrollo natural de Live. Por ahora, mientras aguardamos a la aparición, en principio el año próximo, de su muy anticipado proyecto circense-victoriano, podremos endulzar la espera echando un ojo al resto de su producción. Vale.
 


JJJKL
 



[1] Quiero aclarar que el concepto “juvenil” encaja aquí más bien con lo que en el ámbito anglosajón se denomina “young adult” que con la idea tradicional y estereotípica de lo que es la literatura para jóvenes. Además, nunca me ha convencido del todo la dicotomía juvenil-adulto, por lo que tiene de prejuicio en tanto que contraposición literatura para niños vs. literatura seria (¡como si hubiera algo más serio que la educación y formación de los jóvenes!); y por lo que tiene (como toda etiqueta, por otra parte) de arbitraria: ¿qué criterio empleamos para clasificar un libro como juvenil? ¿La [presunta] sencillez del lenguaje? ¡Bibliotecas enteras se transformarían en literatura juvenil! ¿La edad de los protagonistas? ¡Buena parte de Twain, Dickens o hasta El tambor de hojalata se verían transformados en literatura para niños! En todo caso, como muy sagazmente observa Francesc Miralles en la solapa del primer volumen, nos encontramos aquí con una obra y un autor que trascienden ampliamente el sello de lo juvenil y que no se cuida de amoldarse a las convenciones de ese ámbito.
[2] A este respecto, me interesa también mencionar que, como algo común a los tres libros, se constata una naturaleza “bipartita” de los mismos, con una primera parte más narrativa y una segunda más reflexiva.
[3] AVISO PARA NAVEGANTES: antes de que nadie intente rebanarme el cuello mientras duermo por lo que sigue, y aunque no debería ser necesario aclararlo, quiero expresar que tanto esta como las demás opiniones vertidas en mi blog responden, obviamente, a pareceres estrictamente personales que nada tienen que ver y en nada influyen en la calidad de las obras en sí: simplemente, expongo diversos elementos que han captado mi atención, aduciendo las razones que me han llevado a considerarlos de una manera u otra. Que yo diga que una obra es buena no la convierte mágicamente en algo excelso, y que detecte lo que estimo un error en otra no la hace digna de figurar en el Index. Es todo una cuestión de conectar o no con determinado autor y determinada obra o fórmula. ¡Prosigamos, pues!

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