viernes, 4 de abril de 2014

Marguerite Duras, "El amante" - RESEÑA ANIVERSARIO

 
 
Sumándome a la catarata de noticias relacionadas con el aniversario del nacimiento de la prolífica escritora francesa Marguerite Duras, que se cumple hoy, presento mi breve reseña de su famosísima novela El amante, uno de mis libros favoritos absolutos de todos los tiempos, que leí en abril de 2009. La obra apareció por primera vez en 1984, cosechó un rotundo éxito de ventas y obtuvo el Premio Goncourt de ese año. Posteriormente, en 1991, una vez que ya había muerto “el amante”, Duras dio a la estampa una segunda versión estructural y estilísticamente muy diferente de la primera, bajo el título El amante de la China del norte.
“Novelizando” su experiencia de juventud desde su vejez (Duras tenía casi 70 años cuando la escribe), la autora relata en esta brevísima novela, en una primera persona que aproxima a El amante más a la autobiografía que a la novela propiamente dicha, sus recuerdos de adolescencia en Saigón, cuando, a los quince años (edad de la protagonista en la primera versión y de la propia Duras en la vida real), entabla una relación ilegal (por la diferencia racial) con un acaudalado heredero chino doce años mayor que ella (en la versión posterior, quince). A ello se ve abocada tanto por su situación de desamparo en el mundo (como hija de una viuda francesa inestable, violenta y arruinada) cuanto por su curiosidad, sed de experiencias y necesidad de independencia.
A pesar de la concisión del texto, sorprende su intensidad. Bellamente, más aun, excelentemente escrita, llaman la atención sobre todo: la solidez de los personajes – casi podrían tocarse –; la relación de la protagonista con sus hermanos (Duras reconoció haber sido víctima de malos tratos por parte de su hermano mayor) y su madre, sobre todo por contraposición a la que mantiene con “el amante” – la primera es de un salvajismo entreverado de ternura, todo a la vez, que hiela la sangre, probablemente por su humanidad, en tanto que la segunda es de una calidez casi poética –; la sensibilidad y sensualidad que impregna todo el libro, que ata a las personas entre sí y con las cosas, que lo vincula todo con hilos invisibles – sutiles – pero poderosos: habla del Mekong, o de las montañas de Siam, y uno siente el río y las montañas, los siente más que los ve, percibe su poder, su intensidad.
También me gusta de esta obra lo bien que describe ese lento y laborioso proceso, doloroso a veces, que es irse separando de la propia familia para empezar a ser uno mismo como ser independiente. Como la propia autora dice, “desarraigarse”. Tu propia familia empieza a no poder dolerte, herirte. Hasta que, efectivamente, no lo hacen más que cualquier otra persona.
Creo que este extracto condensa muy bien la novela: “[la] Veo (…) propagarse por todas partes, penetrar por todas partes, unida a todo, mezclada, presente en el cuerpo, en el pensamiento, en la vigilia, en el sueño, siempre, presa de la pasión embriagadora de ocupar el territorio adorable del cuerpo (…)”.
 


JJJJJ + C
















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