domingo, 11 de mayo de 2014

El gorrión de París

 


Aunque raro, a veces ocurre que un artista llega a captar con tal exactitud el alma de un país que se acaba convirtiendo en símbolo del mismo, en una marca de identidad nacional. Esto le ocurrió a cierta joven diminuta hoy conocida mundialmente por el sobrenombre de “Gorrión”, que desde los más humildes orígenes, consiguió elevarse a las más altas glorias del estrellato planetario, perseguida siempre por un destino trágico de película que acabó con ella a los 47 años.

Edith Gassion, ya para siempre Piaf, plasmó como nadie el espíritu de Francia, a tal punto que es difícil no ponerle su banda sonora al skyline de París, con su tremolante voz de contralto narrando historias de amores frustrados, de fiestas callejeras, de criaturas arrabaleras cuyo destino podía tanto inclinarse al éxito social como al desastre, desafortunadas jóvenes traicionadas … Edith Piaf representa como nadie ese género único que es la canción francesa, en el cual, lejos de todo artificio vocal, lo que se busca es el gusto (hoy bastante perdido) por contar una historia. A lo largo de estos veinte CDs se desgranan hasta 413 canciones (no pocas veces con múltiples versiones alternativas) que, en aras a la completitud, incluyen incluso ensayos caseros de relevancia más que dudosa.

El principal talón de Aquiles de esta caja es el sonido de los primeros registros (digamos que más o menos la mitad de los discos), que, como no podía ser de otra manera, dado que se remontan a 1935, está avejentado y con ruidos ostensibles, aunque raramente resultan inaudibles (es difícil reparar grabaciones casi centenarias). Su calidad mejora progresivamente, y del ’50 en adelante, es esplendoroso. La edición, acompañada por una biografía y portafolio ilustrados con numerosas fotografías, así como una relación de pistas y créditos, está dominada absolutamente por el negro (incluso la cara inferior de los CDs lo es, detalle que me ha parecido elegantísimo), que tanta importancia tenía en la presencia escénica de la diva, adornado por detalles rosas: Piaf sabía como nadie que es el amor, es decir, las pasiones humanas, las que hacen que veamos la vida de colores, a pesar de que no sea, en muchas ocasiones, más que un escenario negro y solitario que tratamos de llenas con nuestra voz que le canta al vacío.

 

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