Una reclamación de la noche
me ha llegado;
un impuesto que tendré que pagar contigo,
aunque al pagarte
pierda cuanto tengo,
la dignidad, el amor, la desdicha,
también todos los bienes materiales.
Desde entonces, desde que te hallé
sin buscarte,
o buscándote quizá sin saberlo,
o por el cielo me fuiste entregado,
y viniste a mí,
desde entonces,
mi moneda de cambio has sido tú,
con la que pagué deudas a la belleza,
la prenda que con dolor se entrega
para recuperarla después con felicidad,
la cual repudia la alegría
cuando una entrega nueva
nos arrastra con sus hojas delicadas,
como aquella mendiga
que recordaba mi rostro vacío
porque entregué cierta moneda que eras tú,
aunque una moneda no pague
el recuerdo,
pero quizás aquel día comieron
sus hijos gracias a ti,
que te vas ahora por mí entregado,
aunque no sé qué pudieron comer
en un mundo que en su opulencia
no es capaz de dar alimento:
las cosas que compras tú, y que vendes,
no son para el cuerpo,
sino para la mente de la hierba,
o del sueño,
o de los mares y la niebla,
o quizás no seas tampoco
nada concreto,
aunque me acompañes cerca,
precioso y eterno,
tú.
Otoño de 1999 - Primavera de 2004
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