miércoles, 23 de diciembre de 2015

Canis maior


Dice papá que Bobby está ahora en el cielo, y que podré verle todas las noches, cuando salgan las estrellas, y que por eso no tengo que llorar. Yo no me acuerdo de cuándo nació Bobby. Bobby ya estaba antes de que yo llegara. Pero he visto fotos: era una bolita de pelo negro. Ahora era más claro, y tenía mucho pelo blanco por el hocico. Papá dice que se acurrucaba debajo de la estufa, buscando el calor de sus hermanos, y que temblaba cuando le daban leche de la nevera. Una vez que me caí a la piscina, Bobby me rescató: se lanzó al agua, me agarró por los tirantes con su boca, y tiró de mí hasta las escaleras. Yo no me acuerdo. Dice papá que me olisqueó por todas partes y, cuando comprobó que estaba bien, se sacudió, lanzando al aire todo el agua atrapada en su pelo, como cuando le bañábamos los domingos. Bobby ayudaba mucho a papá, le traía las zapatillas y el periódico, le alcanzaba las cosas de los estantes altos, y siempre estaba durmiendo enroscado cerca de él. Pero con un ojo abierto, vigilando, por si hacía falta. Papá quería mucho a Bobby. Yo no quiero que Bobby se vaya al cielo, pero era muy viejo, y últimamente le dolía mucho la tripita. Papá me ha sentado en su colo, y hemos salido al balcón en su silla de ruedas. Estamos mirando al cielo. Papá me señala un punto, y me dice: “¿Ves? Allí está Canis maior”. Me ha enseñado fotos en el ordenador, parece un perrito con la cola levantada, como Bobby cuando esperaba que le lanzáramos la pelota. Allí van los perritos cuando se mueren. ¡Oh, acaba de pasar una estrella fugaz! Dice papá que es Bobby. Adiós, Bobby, te quiero.  

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