viernes, 19 de julio de 2013

Flechazo musical

 
 
Es una lástima que Amazon no tenga una estrella suplementaria (podría ser roja y de menor tamaño que las otras) equivalente a la expresión "cum laude": la presente integral de las sinfonías de Williams, que constituye mi flechazo musical más reciente, las merecería, en primer lugar, por sus apabullantes y pletóricas condiciones de sonido (las remasterizaciones son de los ochenta y principios de los noventa, pero, según dicen los especialistas en estas lides, las transferencias a los presentes cds han dado lugar al mejor sonido de todas las múltiples reediciones que este ciclo ha experimentado): grabadas entre 1967 y 1971 por un sir Adrian Boult fenomenal que, a pesar de su avanzada edad, dirige de forma juiciosa, extremadamente perceptiva y controlada, con una fuerza y un pulso del que podría aprender cualquier director en los inicios de su carrera (¡o incluso en la madurez de la misma!), se nota a la legua la afinidad que el director sentía por la música que estaba dirigiendo, cosa que permite entender por qué había sido elegido por el propio compositor para dar la première de tres de sus sinfonías. Las tomas se realizaron en distintas locaciones: el inefable Kingsway Hall (que tiene la mejor sonoridad de los tres, donde se recogieron la mayor parte: "A sea symphony", "A London symphony", "A pastoral symphony", "Sinfonia Antarctica", 8ª, 9ª), el Wembley Town Hall (5ª) y el afamado estudio nº 1 de Abbey Road (4ª y 6ª).

Nuevos para mí compositor y director, lo primero que me impactó de la música de Williams (sinfonista tardío, como Beethoven, aunque no tanto como Bruckner) es su intensa cualidad cinematográfica (aunque siempre fue muy misterioso al respecto, hoy en día se conviene que todo o gran parte de este ciclo tiene carácter programático, aunque se desconozcan los referentes), que se acentúa sobre todo a partir de la sexta sinfonía. Bien es verdad que Williams escribió bastante música para cine (le gustaba la libertad con que podía expresarse en ella), y que, atraído por su título, comencé la escucha por la "Sinfonía Antártica" (la 7ª), que se basa en material usado por el compositor para la banda sonora de "Scott of the Antarctic", una película de 1948 sobre el desastrado periplo del capitán Robert Scott al Polo Sur en 1912. Desde los primeros compases, uno percibe la masividad de ese infierno de hielo tan abrupto e inhóspito, así como una constante sensación de frío (la mortífera gelidez de la voz de la soprano da escalofríos), hasta tal punto que, oyendo la obra a la luz de las velas, tuve que apagar estas, porque la visión de las llamas no se compadecía en absoluto con lo que estaba saliendo por los altavoces.

El segundo elemento que salta inmediatamente a la vista es la profunda humanidad de la música de Williams: desde la triunfal 1ª sinfonía (en la estela de la 8ª de Mahler, con textos de Walt Whitman que no se incluyen pero se pueden encontrar fácilmente en la red), Williams parece estar intentando contar una historia (la de la batalla del Hombre por salir adelante en tiempos o circunstancias adversos, en definitiva): el neblinoso y lúgubre Londres de la segunda; el umbroso ambiente de la Pastoral, lenta y silenciosa (nada que ver con los amenos ambientes pastoriles de costumbre); la agresiva cuarta (algunos la califican incluso de "violenta"); la muy emotiva quinta; la influencia lejana de Shostakovich en la sexta (aunque el sinfonismo más próximo al de Williams es el de su coetáneo Sibelius), con algún guiño de jazz por en medio; la terrible Antártica; el carácter macabro-danzante de la octava (con su sutil y elegante tercer movimiento, que supone una catarsis conducente a la explosión de alegría no exenta de dramatismo de la tocata final); hasta llegar, por último, a la singular novena, que es como una recapitulación musical de todo su sinfonismo anterior coronada por un finale cósmico en el estilo de Mahler o Bruckner (aunque mucho más breve y concreto que los de aquellos).

En tercer lugar, hay un progresivo oscurecimiento en las obras, que se puede explicar por el impacto que las dos guerras mundiales tuvieron sobre el compositor: las sinfonías marina y londinense se escribieron antes de la primera; durante la guerra, no publicó música; en 1922 (estrenada por Boult), dio a conocer la "Pastoral" (en realidad un réquiem de guerra, a pesar de su nombre); durante una década, no volvió al género; la cuarta en 1935, con la tensión política internacional de nuevo en ascenso; la quinta, en tiempo de guerra, 1943; y las restantes cuatro, después de la segunda guerra mundial. Consideradas en conjunto, las sinfonías de Vaughan Williams dibujan el panorama desolador de la desaparición del mundo victoriano en que se había criado y su sustitución por un mundo apocalíptico donde los árboles de Europa se nutrían de la tierra empapada de sangre y escombros.

Por último, las formaciones que tocan a las órdenes de Boult son de primer orden, y bien conocidas: la London Philarmonic (1ª, con su coro y Sheila Armstrong y John Carol Case como solistas; 2ª, 5ª, 7ª, 8ª y 9ª) y la New Philarmonia en los demás casos, más poderosa la primera, y algo más rígida la segunda, pero en todo caso ambas extraordinarias y subyugantes. La caja incluye nueve páginas de notas sintéticas pero informativas, así como la relación detallada de pistas. 

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