sábado, 20 de julio de 2013

Una colección desigual

 
 
Se dice que el mismísimo Liszt se ponía nervioso al tocar delante de su amigo Charles-Valentin Alkan, dos años más joven que él. A la luz de esta colección, uno tiene algún indicio de por qué.
Alkan, nacido en París en 1813, es un músico hoy olvidado (en los tiempos recientes ha experimentado una cierta rehabilitación), hecho que sin duda se puede atribuir a la dificultad monstruosa de buena parte de su obra, y del que no cabe excluir el auge del antisemitismo, sobre todo hacia final de siglo. Su música recuerda en muchos puntos a una mixtura entre el romanticismo de Chopin y el artificio de Liszt, con aliento visionario en lo que a armonía y estructura se refiere.  
Lo que en esta colección nos presenta Brilliant es “un-poco-de-todo” que sirve muy bien (y a precio excelente, 7 € hoy) de introducción a la obra del francés. El primer disco, grabado originalmente por Alan Weiss en 1989 para Fidelio, contiene el famoso nocturno op. 22, una selección de los Esquisses op. 63 (7), “Le festin d’Ésope”, tres piezas pequeñas y, como plato fuerte, la que probablemente sea su obra más conocida, la gran sonata “Las cuatro edades” de 1847, según Lewenthal la sonata para piano más difícil desde la “Hammerklavier” beethoveniana y la más rara antes de las de Ives. El segundo cd, grabado también por Alan Weiss en 2007, esta vez sí para Brilliant, se compone de “Promenade sur l’eau” y “Gros temps” (ambas de “Les mois” op. 74), “Petite fantaise” op. 41 nº 2, “Petit conte”, “Le tambour bat aux champs” op. 50 nº 2, los nºs 1, 5 y 6 de la primera suite de “Trente chants” op. 38, y, como plato fuerte, la “Sinfonía para piano solo”, que, como se sabe, integra cuatro piezas de su colección de estudios op. 39. El sonido es estupendo (un poco afilado quizás) y el piano (moderno) es radiante, caluroso y equilibrado. Alan Weiss se revela como un pianista más que competente, de toque poderoso y seguro, con gran afinidad con el repertorio que está tocando y gran inspiración romántica, en el que trata de equilibrar el virtuosismo con la expresión que contienen estas piezas, sin acelerar los tempi más allá de sus posibilidades (aunque hay algún traspiés aquí y allá: el imperio absoluto en este compositor lo sigue ostentando Marc-André Hammelin).
Por último, el tercer disco, editado en su momento por separado, supone un cambio radical: el pianista es ahora el holandés Stanley Hoogland tocando un Pleyel de 1858 de sonido no especialmente bonito, robusto y acampanado. El repertorio se centra en piezas de pequeño formato llamativas por motivos armónicos o expresivos, pero con poco o nada de virtuosismo. En concreto, contiene una selección de los 25 preludios op. 31, de los “Meses” op. 74, de los “Esquisses” op. 63, “Horace et Lydie” y “Barcarolle” (de “Trente chants” op. 65) la “Chanson de la bonne vieille” (de “Trente chants” op.67), y Petit conte (varias de las piezas están repetidas con los discos anteriores). Hoogland es un intérprete más vinculado al repertorio beethoveniano y clásico, y eso se nota en sus aproximaciones, bastante secas, y el repertorio tampoco es que sea de los más interesantes: lo más destacable es, aparte de ver el contraste sonoro entre el piano moderno y el antiguo en las piezas que están repetidas, “La chanson de la folle au bord de la mer”, una pieza con un bajo disonante y melodía truncada en la repetición. La calidad de grabación tampoco es que sea para echar cohetes. Se acompañan catorce páginas de notas en inglés obra de los propios intérpretes en las que más que nada hacen comentarios sobre las propias piezas.


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