viernes, 22 de marzo de 2013

Doris Lessing, El sueño más dulce - LIBRO DEL MES

 
 
Hace una década, la escritora británica y premio Nobel de literatura Doris Lessing publicó una novela simplemente brillante en la que, mediante la ficción, daba repaso tanto a las ideologías de los años 60, 70 y 80, cuanto a la vida en el continente africano tras la idealista descolonización. Ambientes que Lessing conoce bien, por haber participado activamente de ellos, puesto que fue militante comunista y vivió toda su infancia y juventud primero en Persia (hoy Irán) y más tarde en Rodesia (hoy Zimbabue).
Para empezar, el título, según creo, encierra un notable cinismo, ya que, ciertamente, entre otros muchos asuntos, trata de los sueños desvanecidos, y de lo hermosos que fueron mientras duraron. Pero la multiplicidad de temas presentados es verdaderamente nutrida, a través de una enorme galería de personajes que condujeron a Darío Villanueva a calificarla de “tan caudalosa de personajes como una novela río, una auténtica novela red en la que conviven figuras admirables de múltiples procedencias y edades”.
Los personajes son atractivos y, en general, están bien diseñados y muy bien desarrollados. De entre ellos, Rose es el más plano, pero cumple con toda eficacia su misión de sacar al lector de sus casillas. Como contrapeso masculino de Rose, está Johnny, el exmarido de Frances, uno de esos tipos dogmáticos con conciencia de clase y un gran poder de atracción que poco a poco se va revelando como un pobre diablo, un imbécil casi tan atrapado en los convencionalismos sociales como cualquier otro.
La personalidad de la autora se desdobla literariamente en Frances, a quien podríamos considerar la “protagonista”(es, cuando menos, el personaje más interesante y desarrollado de la historia), y Sylvia, que representa la conciencia social que sigue adelante incluso a pesar de la flaqueza de sus propias fuerzas, si bien sus motivaciones resultan a menudo un misterio. En tercer lugar se halla Julia, el segundo personaje mejor desarrollado, con el que se completa una suerte de santísima trinidad femenina que permite a la autora (que no por ello escatima críticas al feminismo), mostrar la historia política de casi todo el siglo pasado a través de los ojos de estas tres mujeres pertenecientes a tres distintas generaciones.
Naturalmente, algunas escenas son innecesarias (la de la mujer huida del sanatorio mental, p. e.), pero, ¿qué libro no contiene alguna? ¡La vida misma es, con frecuencia, redundante!
La novela, sobre todo en la segunda parte de las dos en que se divide, es un fiel espejo de un tiempo pasado y sus contradicciones, que el nuestro ha heredado en muchos casos acríticamente; remueve la conciencia del lector merced a su capacidad para captar el triste destino de los pueblos, y plantea la desoladora cuestión de si no hay ningún gobernante con la habilidad de resistirse a la capacidad corruptora del poder. Es imposible leer esta parte, ambientada en el ficticio país de Zimlia (trasunto evidente de Zimbabue), sin que se le vengan a uno a la cabeza – más o menos – aquellas palabras de Rigoletto: “Poderosos, ¡vil raza dañada!”.
Como punto débil de la obra se revela, precisamente, ese tratamiento diferenciado en dos partes: si bien puede justificarse porque da la impresión de que la autora pensó que ya era hora de dejar paso a la siguiente generación (un poco a imitación de la vida, cuyo acabado consiste muchas veces, precisamente, en no tener acabado, en un permanente quedar inacabada que tiende al acabamiento … perdóneseme la pedantería de la frase), parece como si el libro fuese fruto de la conjunción de dos historias distintas e independientes; y, si bien brillante globalmente considerada, no resulta tan chispeante en ese impactante país que es Zimlia cuanto lo es en la parte que transcurre en Inglaterra, en parte por la repentina o brusca salida de la historia de Frances. La propia Lessing parece percatarse de ello y, a medio camino, hace regresar bruscamente y sin mucha justificación a Sylvia (de cuya mano hemos viajado a África), para informarnos a vuelapluma de cómo han seguido desarrollándose los hechos en Europa. Con todo, este recurso no consigue solucionar plenamente el problema de la unidad, que se deriva más del planteamiento de una tesis conjunta que de una fluidez narrativa.
Por último, el punto que más decepcionante me resulta, por gratuito – aunque no inverosímil –, es el tratamiento final de Sylvia, que supongo se debe a la necesidad de detener la historia antes de que se hiciese ingobernable (el libro excede las quinientas páginas), porque de lo contrario se habría visto obligada a relatar qué sucede con Sylvia y los niños. Por este medio, crea un sentido de repetición cíclica. De todos modos, la historia futura de Zebedee y Listo podría haber dado lugar a una hipotética secuela que, dada la avanzada edad de la autora, es poco probable que se produzca.
Sin embargo, a pesar de todo ello, el libro encierra aciertos sobrados como para merecer una atenta lectura, y trata una variedad de temas tal que difícilmente dejará de contener algo atractivo para todos los lectores: la frustración del idealismo juvenil, el conflicto entre generaciones, las relaciones entre sexos, la abulia que oculta la corrección política, el cambio de ideas, el compromiso político, el imperialismo de tapadillo que oculta la cooperación internacional, la dificultosas relaciones entre países, la corrupción de los políticos y la administración que impide el desarrollo de los mismos, las contradicciones entre la ideología proclamada y el propio actuar, la generosidad, el amor …


JJJJJ

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