viernes, 22 de marzo de 2013

Gustau Nerín, Blanco bueno busca negro pobre - LIBRO DEL MES

 
 
“El continente africano es un inmenso cementerio”. Así, sin paños calientes, con esta contundente afirmación que abre el segundo párrafo de su libro, califica el antropólogo español Gustau Nerín al más misérrimo rincón de la tierra, en el cual reside y que ha visitado extensamente a lo largo de veinte años, asolado por todo tipo de calamidades, muchas veces buscadas por su propia mano, sin intervención (¡por una vez!) del hombre blanco: según algunos cálculos, en África entran unos 25.000 millones de dólares al año en concepto de ayuda internacional, en tanto que salen, también cada año, unos 148.000 millones en concepto de fuga de capitales.
Pensando en la pobreza en África, y comparándola con la creciente “pobreza” de los países occidentales, me ha llamado poderosamente la atención el siguiente párrafo: “En las décadas de 1960 y 1970, la economía de los países africanos iba bastante bien, y las prestaciones que ofrecían los Estados a sus ciudadanos se fueron incrementando paulatinamente. Parecía posible que en los países africanos, al cabo de un cierto tiempo, llegara a imperar el estado del bienestar. Pero en los años ochenta el sueño se hundió, a la vez que se hundía toda la economía del continente. La mayoría de los Estados vieron cómo sus recursos se reducían rápidamente. Para hacer frente a la deuda, que se disparaba, la comunidad internacional les impuso planes de ajuste estructural que implicaron un grave recorte en el gasto social. En un momento determinado los hospitales dejaron de dar comida a los enfermos, después empezaron a cobrar los medicamentos, finalmente dejaron de poner sábanas en las camas, porque no había presupuesto para reponerlas … Los universitarios dejaron de tener becas para salir al extranjero, y sus bibliotecas dejaron de recibir novedades editoriales. Se acabaron las subvenciones a los alimentos básicos. Quebraron las compañías de transporte estatales …” (p. 171). Suena un tanto familiar, ¿verdad?
Por polémico que suene, probablemente una de las medidas menos contestables del Ejecutivo Rajoy haya sido la contracción del presupuesto para ayuda internacional. Tal capítulo, seguramente, debería ser incluso suspendido, para revisarlo luego en profundidad e ir viendo, paso a paso, qué actividades cooperativas merecen financiación y cuáles no, dada su inutilidad.
En esencia, la idea de la cooperación internacional se basa en el sobrentendido de que el hombre blanco sigue siendo superior al negro, porque ha alcanzado un estado de desarrollo mayor que le sitúa en posición de tutorizara los africanos, de enseñarles cosas que ellos no saben (aunque muchas veces ese “no saber” que se achaca a los lugareños oculta que su modo de vida está plenamente adaptado al entorno en que viven). La retórica de la cooperación emplea incluso a veces ideas que, en esencia, implican una inferioridad de los negros, o que les infantiliza, haciéndoles con ello irresponsables que precisan de la sabia guía de los blancos.
Uno de los conceptos básicos a este fin es el de “desarrollo”, que en realidad viene a concretarse en que el modelo económico, social, familiar y de Estado occidental ha de implantarse, no importa cuán artificialmente, en los países africanos, con olvido de las costumbres propias, tradiciones, e incluso mecanismos de solidaridad autóctonos (que sí funcionan), frecuentemente reputados como anticuados, inservibles, inmorales, incorrectos, etc., desde una óptica puramente etnocentrista y carente de otro razonamiento o justificación. Muchas veces incluso se pasa por alto el hecho de que las poblaciones autóctonas rechazan esas “mejoras” que la salvífica intervención de los occidentales pretende aportarles (léase imponerles), sencillamente porque contraviene la naturaleza del mundo tal cual ellos la entienden.
Pero la censura fundamental que puede realizarse a la cooperación internacional es que no funciona: más de sesenta años después de la descolonización; después de más de cincuenta años de cooperación internacional y tras cientos de miles de millones de recursos aportados (tanto económicos como materiales), deberíamos haber empezado a ver algún resultado. No es así. Por el contrario, cada día la situación de África parece deteriorase más. ¿A qué puede deberse, pues? Aparte de los aspectos ya apuntados, una de las razones fundamentales es que los programas de cooperación están mal diseñados: se financia, p. e., la construcción de una bomba de extracción de agua, pero no su mantenimiento; de modo que cuando la bomba se estropea, no es reparada y deja de ser útil. O bien se concentran en cuestiones baladíes que ponen de manifiesto, a mayores, el desconocimiento del entorno en que pretenden llevarse a cabo.
Otro elemento es que, como efecto paradójico, la cooperación a veces agrava los problemas que pretende solucionar. Un ejemplo: pongamos que hay una hambruna en determinado país africano, puesto que la agricultura de la región no da abasto frente a las necesidades de la población. Las dramáticas imágenes de turno dan la vuelta al Globo gracias a los medios de comunicación (que no siempre, por no decir casi nunca, actúan movidos por su afán caritativo). Se implementan las consabidas campañas de ayuda, que suelen consistir en el envío de alimentos no perecederos, como legumbres envasadas y demás. ¿Resultado? La hambruna nose soluciona (porque la ayuda es insuficiente y /o se reparte mal) y, además, se depaupera a los ya empobrecidos agricultores de la zona, que se arruinan, de modo que todavía menos pueden hacer frente a las necesidades alimenticias de la población. Es decir, se ha cronificadola hambruna.
También se dan casos en que el código empleado, evidente para los occidentales, carece del menor sentido para los africanos. En cierta campaña a favor del uso del preservativo (dicho sea de paso, campañas muy caras: la Generalitat de Cataluña gastó en 2008 más de medio millón de euros en enviar condones a Mozambique) llevada a cabo hace años, se utilizó como lema una frase que para nosotros ya es casi un mantra de repetición automática: “Llévalo siempre contigo”. No necesita más explicación. Sabemos exactamente qué quieren decirnos. Trasplantado a África, arrojó como resultado un aumento de las prácticas de riesgo, porque, careciendo de la información necesaria sobre el uso del preservativo y respecto del VIH-SIDA y otras enfermedades (a menudo negadas por las poblaciones locales como“enfermedades de blancos” o invenciones del hombre occidental para sacar dinero a los africanos), se interpretó el slogan literalmente, es decir, que la acción protectora del profiláctico se agotaba llevándolo con uno, sin más.
La otra cara de la moneda, el lado oscuro de la cooperación, viene representado porque para muchas personas se convierte en un negocio. Ya no solo por cuanto toca a los recursos que se desvían ilícitamente o que se emplean, vía impuestos, para financiar cruentas guerras o perpetuar regímenes (semi)dictatoriales; sino porque se constata también una profesionalización de la cooperación que conduce a que haya personas que se lucran (bastante, vía dietas, elevados sueldos y demás) con el ejercicio de su labor humanitaria.
El punto más débil del libro es que a veces se echa en falta más precisión en cuanto a nombres de personas o instituciones cuyo actuar se critica, así como la aportación de datos numéricos, promedios, tablas y demás (si bien es cierto que a menudo la información estadística acerca de los países africanos es poco fiable, cuando no directamente inexistente, lo cual dificulta o imposibilita la elaboración de materiales confiables).
UN EXTRACTO: “Los desafíos del continente africano no se pueden solucionar mediante proyectos de desarrollo: ni con pozos, ni con escuelas, ni con letrinas … Las causas de los problemas del Sur son tan profundas que solo se pueden atacar mediante cambios estructurales. Cualquier intento de superar los problemas africanos, si no va asociado a una reforma en profundidad de las relaciones Norte-Sur, está condenado al fracaso. La solidaridad con el continente africano no puede pasar por cambiar África en base a las doctrinas de Occidente, sino que se ha de centrar en cambiar las relaciones injustas entre Norte y Sur” (p. 218).
En definitiva, las soluciones para África son complejas. Pero, en cualquier caso, pasarán por que los africanos las consigan por sí mismos, y no por su imposición desde fuera, sea más o menos explícita y vaya o no rodeada de un autobombo más o menos horrísono: sea como sea, la solución para África será la que los africanos decidan, y tendrán que ser ellos mismos quienes la lleven a cabo.

JJJJL

 

 

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